martes, 5 de octubre de 2010

Resumen de los capítulos I y II del libro “Pureza y peligro. Un análisis de los conceptos de contaminación y tabú” de Mary Douglas.


Introducción
Margaret Mary Douglas nació en San Remo, Italia en el año de 1921. Realizó sus estudios universitarios en Oxford, donde fue alumna del prominente antropólogo Edward Evans-Pritchard. En el año de 2006 fue nombrada por la reina de Inglaterra “Dama del imperio británico”; murió un año después. Su obra “pureza y peligro. Un análisis de los conceptos de contaminación y tabú” fue publicada por primera vez en el año de 1963. La idea principal que se abarca en este libro, versa sobre la capacidad universal del ser humano de clasificar la experiencia a través de complejas categorías binarias; supuesto que le permite establecer los fundamentos estrictamente culturales de los sistemas simbólicos que constituyen la religión. Inspirada por el apriorismo, Douglas deja claro que los seres humanos poseemos la misma capacidad de asimilar la información a base de esquemas compuestos por categorías –símbolo/contenidos-, y estos, son el resultado de la experiencia colectiva.
Capítulo I: “La impureza ritual”
La suciedad tal y como la conocemos puede explicarse por dos aspectos básicos: 1) el de higiene, que implica una comprensión secular que hace referencia a aspectos puramente estéticos y de orden –que si bien tiene un trasfondo cultural se expresa con mayor énfasis a nivel individual-, y 2) respecto a la relación que se establece con la colectividad, que implica la adaptación de valoraciones estéticas e higiénicas a formas más flexibles según la convivencia del grupo. Para nosotros el concepto de suciedad no se encuentra ni ínfimamente relacionado con el concepto de lo sagrado; ambos responden a modelos compresivos –categorías lingüísticas- de realidades aparentemente diferentes. El primero hace referencia a aspectos de la vida cotidiana que implican, como se mencionó anteriormente, valoraciones estéticas e higiénicas; el segundo a construcciones abstractas.
Sin embargo, esto no se puede establecer como una ley general del pensamiento, pues, nuestra comprensión y distinción de campos distintos no se generaliza en todas las sociedades. Una característica de las “sociedades primitiva” es justamente lo contrario, no se existen los límites planteados anteriormente; lo sagrado se entiende como prohibiciones, aquellas cosas que están sometidas a restricción.
Las reglas primitivas de la impureza prestan atención a las circunstancias materiales de un determinado acto y de acuerdo con ello lo califican como bueno o malo. Mientras que las reglas cristianas de la santidad, por el contrario, hacen caso omiso de las circunstancias materiales y juzgan de acuerdo a motivaciones y la disposición del sujeto; hallamos, entonces, en estas valoraciones refinados instrumentos simbólicos, cuya exagerada especialización cumple con funciones socioculturales definidas.
En este capítulo la autora trata de exorcizar los demonios del evolucionismo, pues con lo expresado anteriormente, se abre la brecha a argumentos lineales de tipo Tyloriano; los cuales conciben la transformación de las sociedades humanas según la consecución gradual de estadios inferiores hacía estadios superiores.  Un claro ejemplo del evolucionismo decimonónico es Frazer, quien plantea la evolución del pensamiento a partir de la concepción de asociación de ideas errada –magia- hacía la refinación y perfección –ciencia-. Este autor defendería que diferenciar entre las categorías contaminación infecciosa y contaminación espiritual, es parte de la evolución del pensamiento que se va orientando a explicaciones de origen científico.
La contribución más importante en el campo del estudio de la religión provino de Robertson Smith, teólogo escocés que fue fuertemente influenciado por el positivismo evolucionista –y que lo lleva a plantear una posición clara con respecto al debate generado por la contraposición religión/ciencia-. Él analiza la religión con respecto a valores éticos de la vida comunitaria, en su profundo estudio sobre las religiones orientales, estableció que muchos valores del antiguo testamento habían dado forma al cristianismo moderno. Trata superficial y secundariamente el tema de la superstición y la magia.
El impacto de Robertson Smith en la antropología francesa y británica puede medirse en autores como Emile Durkheim y Frazer. El primero entiende la religión como el resultado de la vida en colectividad, expresa realidades del grupo y del cotidiano vivir; para él la función principal de la religión es fortalecer la integración social. Distingue entre magia y religión, aunque la magia al igual que la religión es constituida por un sistema de creencias y ritos, la considera una práctica individual que hace uso de elementos religiosos.
Define que la religión debe ser comprendida como un sistema complejo compuesto por creencias y prácticas, y que, antes de verlo como un todo indivisible debemos encontrar estos factores universales de los cuales es resultado; ubica los fenómenos religiosos en dos categorías fundamentales: las creencias y los ritos. Los primeros son momentos de la opinión; los segundos son los modos de acción y son determinados por los primeros. El sistema de creencias proporciona una clasificación de las cosas entre cosas sagradas y profanas. Lo sagrado supone de la superioridad, de las virtudes y de los poderes que las cosas poseen, estas cosas deben ser siempre protegidas y aisladas. Lo profano por su parte es todo aquello que no puede tocar a lo sagrado, o sea lo cotidiano, las cosas que no tienen virtudes o poderes y de lo cual debe ser protegido lo sagrado.
Es precisamente en este postulado que Durkheim establece su distancia del de Robertson Smith, ya que separa el entendimiento religioso en dos categorías, mientras Robertson lo expone como algo unitario. Esta es la respuesta que da Durkhein a la antinomia individuo/sociedad, donde la segunda determina al primero. Finalmente admite, sin profundizar más, que los ritos mágicos eran un tipo de higiene primitiva.



Capítulo II: “La profanación secular”

En este capítulo la autora se vuelve más concisa al expresar que existen dos notables diferencias entre las ideas europeas contemporáneas acerca de la profanación y las de los primitivos: 1) el acto de evitar la suciedad para nosotros es cosa de higiene o estética sin tener nada que ver con la religión y 2) nuestra idea de suciedad está dominada por el conocimiento de los organismos patógenos. Con ello quiere decir que detrás de cada concepto, este caso el de suciedad, hay todo un sistema simbólico que es el resultado de una construcción histórica y cultural particular. La suciedad es un producto secundario de una sistemática ordenación y clasificación de la materia, en la medida en que orden implica el rechazo de elementos inapropiados. Nuestro comportamiento de contaminación es la reacción que condena cualquier objeto o idea que tienda a confundir o contradecir nuestras entrañables clasificaciones.
Toda esta construcción interna responde a un proceso de aprendizaje, captación, explicación e interiorización de símbolos externos –significación y resignificación-, que tiende a basarse fuertemente en elementos estructurales –esquematización de la información- y que es una predisposición cultural particular. En este sentido se puede aducir que lo anómalo y lo ambiguo, representan esas relaciones conflictivas entre los modelos mentales y la realidad externa.  La autora sostiene que existen dos formas de tratar la ambigüedad y la anomalía: Negativamente (negándolo o condenándolo) y positivamente (darle cabida o consideración).
La cultura, en el sentido de los valores públicos establecidos de una comunidad, mediatiza la experiencia de los individuos. Provee de antemano algunas categorías básicas, y configuraciones positivas en que las ideas y los valores se hallan pulcramente ordenados. Su carácter público vuelve más rígidas las categorías. Las categorías culturales pertenecen a la cosa pública.
En las diferentes culturas se encuentran medidas para enfrentarse a los acontecimientos anómalos o ambiguos: 1) al reducirse a cualquiera de las dos interpretaciones, la ambigüedad a menudo decrece. Rotulación de los acontecimientos: clasificación de género. Cuando se da la anomalía o acontecimiento peculiar los elementos se ordenan según al género correspondiente. 2) Podemos controlar físicamente la existencia de la anomalía. Por sobre la consideración de lo anómalo se encuentran arraigadas tradiciones cuyo accionar se dedica a invisibilizarlo o eliminarlo. De esa forma la anomalía desaparece. 3) Una regla para evitar las cosas anómalas afirma y refuerza las definiciones con las que no se hallan en conformidad. Exageración, estigmatización como forma de control. 4) Considerar peligrosos los acontecimientos anómalos y 5) emplear símbolos ambiguos en la poesía y la mitología con el objeto de enriquecer el significado o llamar la atención sobre otros niveles de existencia. Condensar contenidos contradictorios.
Los principios básicos de la configuración de un esquema universal  del entendimiento humano no distinguen entre lo sagrado y lo secular. La diferencia entre las sociedades primitiva y moderna, es que en la primera estas categorías se expresan en el sistema sociocultural el general sin una secularización; en caso moderno se puede decir que existe una separación especializada de campos dentro de los cuales se clasifican.


Referencias:

Douglas, M.    Capitulo I y II del libro “Pureza y peligro. Un análisis de los conceptos de contaminación y tabú”; pp. 21-61. Siglo XXI Editores de España, S.A. 1973.

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